El castigo de la indiferencia. Por: GEMA SÁNCHEZ CUEVAS
La indiferencia es uno de los peores tratos que podemos recibir, dadas sus consecuencias devastadoras. Veamos en qué consiste y cómo afrontarla.
La indiferencia es una forma de agresión psicológica. Es convertir a alguien en invisible, es anularlo emocionalmente y vetar su necesidad de conexión social para llevarlo a un limbo de auténtico vacío y sufrimiento. Dicha práctica, como ya sabemos, abunda en exceso en muchos de nuestros contextos: la vemos en escuelas, en relaciones de pareja, familia e incluso entre grupos de amigos.
Falta de comunicación, evitación, hacer el vacío de forma expresa, frialdad de trato… Podríamos dar mil ejemplos sobre cómo se lleva a cabo la práctica de la indiferencia, y sin embargo, el efecto siempre es el mismo: dolor y sufrimiento. El dolor de ese niño que sentado en un rincón del patio, ve como es ignorado por el resto de sus compañeros. Y el sufrimiento también de esa pareja que de un día para otro, percibe cómo su ser amado deja de mostrar la correspondencia emocional de antes.
“Lo contrario del amor no es el odio, es la indiferencia. Lo contrario de la belleza no es la fealdad, es la indiferencia. A su vez, lo contrario de la fe no es herejía, es la indiferencia. Y lo contrario de la vida no es la muerte, sino la indiferencia entre la vida y la muerte”.
-Elie Wiesel-
Nadie está preparado para habitar en ese vacío social donde los demás pasan a través nuestro como si fuéramos una entidad sin forma. Nuestras emociones, nuestras necesidades y la propia presencia están ahí y demandan atención, ansían afecto, respeto… ser visibles para el resto del mundo. ¿Cómo afrontar estas situaciones?
La indiferencia, la invisibilidad social y el dolor emocional
La definición de la indiferencia es a simple vista bastante sencilla: denota falta de interés, de preocupación e incluso falta de sentimiento. Ahora bien, más allá de las definiciones de diccionario están las implicaciones psicológicas. Están, por así decirlo, esos universos personales donde hay ciertas palabras con más relevancia que otras. El término “indiferencia”, por ejemplo, es sin duda uno de los más traumáticos.
Así, hay quien no duda en decir que lo opuesto a la vida no es la muerte sino la falta de preocupación, y ese vacío absoluto de sentimientos que dan forma cómo no, a la indiferencia. No podemos olvidar que nuestros cerebros son el resultado de una evolución, ahí donde la conexión social y la pertenencia a un grupo nos han hecho sobrevivir y avanzar como especie.
Interaccionar, comunicar, ser aceptado, valorado y apreciado nos sitúa en el mundo. Esos procesos tan básicos desde un punto de vista relacional nos hace visibles no solo para nuestro entorno, sino también para nosotros mismos. Es así como conformamos nuestra autoestima, así como damos forma también a nuestra identidad. Que nos falten esos nutrientes genera serias secuelas, implicaciones que es necesario conocer.Veámoslos.
La indiferencia genera una fuerte tensión mental
Las personas necesitamos “leer” en los demás aquello que significamos para ellos. Necesitamos certezas y no dudas. Ansiamos refuerzos, gestos de aprecio, miradas que acogen, sonrisas que comparten complicidades y emociones positivas… Todo ello da forma a esa comunicación no verbal donde quedan incrustadas esas emociones que nos gusta percibir en los nuestros a diario. El no verlas, el percibir solo una actitud fría, provoca ansiedad, estrés y tensión mental.
Confusión
La indiferencia genera a su vez otro tipo de dinámica desgastante, a saber, se rompe un mecanismo básico en la conciencia humana: el mecanismo de acción y reacción. Cada vez que actuamos de una cierta manera, esperamos que la otra persona reaccione en consecuencia.
Si bien a veces esta reacción no es la que esperábamos, resulta muy difícil de comprender la ausencia total de ella. La comunicación se vuelve imposible y el intento por interactuar se hace forzado y desgasta. Todo ello nos confunde y nos sume en un estado de preocupación y sufrimiento.
Da origen a una autoestima baja
Al no obtener ningún tipo de respuesta, de refuerzo por parte de las otras personas, se corta cualquier retroalimentación que podamos tener. En las etapas de formación de la personalidad, esto puede repercutir gravemente en la autoimagen. Es probable que aquella persona que ha recibido indiferencia en estas etapas, llegue a creer que no vale la pena interactuar con ella, dando lugar a una fuerte inseguridad.
¿Cómo reaccionar frente a alguien que me trata con indiferencia?
Las personas, como seres sociales que somos y dotados a su vez de unas necesidades emocionales, aspiramos a establecer una relación de constante interacción con nuestros seres queridos: familia, amigos, pareja… Si en un momento dado empezamos a percibir silencios, vacíos, frialdad y despreocupación, nuestro cerebro (y en concreto nuestra amígdala) entrará en pánico. Nos avisará de una amenaza, de un miedo profundo y evidente: el de percibir que ya no somos amados, apreciados.
Lo más razonable en estas situaciones es entender qué sucede. Esa desconexión emocional siempre tiene un origen y como tal debe ser aclarado para que poder actuar en consecuencia. Si hay un problema lo afrontaremos, si hay un malentendido lo solucionaremos, si hay desamor lo asumiremos e intentaremos avanzar. Porque si hay algo que queda claro es que nadie merece vivir en la indiferencia, ninguna persona debe sentirse invisible en ningún escenario social, ya sea en su propio hogar, en su trabajo, etc.
Asimismo, hay un aspecto que es necesario considerar. La indiferencia largamente proyectada sobre alguien en concreto o sobre un colectivo es una forma de maltrato. Aún más, en un estudio llevado a cabo en la Universidad de California se demostró que este tipo de dinámica basada en la exclusión y en la despreocupación, genera dolor y angustia. Es un sufrimiento que trasciende nuestras emociones para llegar también a nuestro cuerpo.
“Que hablen de uno es espantoso. Pero hay algo peor: que no hablen”.
-Oscar Wilde-
El último recurso: alejarse
Si luchar por esa relación, si invertir más tiempo y esfuerzo en esa o esas personas nos trae el mismo resultado, lo más sano será alejarnos. Si percibes que esas consecuencias perjudiciales (agotamiento, baja autoestima…) ya se están “instalando” en ti, es urgente que renuncies a tener una relación cercana con esas personas y busques proximidad con otros, para quienes sí seas importante.
Intégrate en grupos donde seas escuchado y se valore tu forma de ser. Romper con una relación de indiferencia te dará una nueva perspectiva del mundo y potenciará tu desarrollo.
La indiferencia es una forma de agresión psicológica. Es convertir a alguien en invisible, es anularlo emocionalmente y vetar su necesidad de conexión social para llevarlo a un limbo de auténtico vacío y sufrimiento. Dicha práctica, como ya sabemos, abunda en exceso en muchos de nuestros contextos: la vemos en escuelas, en relaciones de pareja, familia e incluso entre grupos de amigos.
Falta de comunicación, evitación, hacer el vacío de forma expresa, frialdad de trato… Podríamos dar mil ejemplos sobre cómo se lleva a cabo la práctica de la indiferencia, y sin embargo, el efecto siempre es el mismo: dolor y sufrimiento. El dolor de ese niño que sentado en un rincón del patio, ve como es ignorado por el resto de sus compañeros. Y el sufrimiento también de esa pareja que de un día para otro, percibe cómo su ser amado deja de mostrar la correspondencia emocional de antes.
“Lo contrario del amor no es el odio, es la indiferencia. Lo contrario de la belleza no es la fealdad, es la indiferencia. A su vez, lo contrario de la fe no es herejía, es la indiferencia. Y lo contrario de la vida no es la muerte, sino la indiferencia entre la vida y la muerte”.
-Elie Wiesel-
Nadie está preparado para habitar en ese vacío social donde los demás pasan a través nuestro como si fuéramos una entidad sin forma. Nuestras emociones, nuestras necesidades y la propia presencia están ahí y demandan atención, ansían afecto, respeto… ser visibles para el resto del mundo. ¿Cómo afrontar estas situaciones?
La indiferencia, la invisibilidad social y el dolor emocional
La definición de la indiferencia es a simple vista bastante sencilla: denota falta de interés, de preocupación e incluso falta de sentimiento. Ahora bien, más allá de las definiciones de diccionario están las implicaciones psicológicas. Están, por así decirlo, esos universos personales donde hay ciertas palabras con más relevancia que otras. El término “indiferencia”, por ejemplo, es sin duda uno de los más traumáticos.
Así, hay quien no duda en decir que lo opuesto a la vida no es la muerte sino la falta de preocupación, y ese vacío absoluto de sentimientos que dan forma cómo no, a la indiferencia. No podemos olvidar que nuestros cerebros son el resultado de una evolución, ahí donde la conexión social y la pertenencia a un grupo nos han hecho sobrevivir y avanzar como especie.
Interaccionar, comunicar, ser aceptado, valorado y apreciado nos sitúa en el mundo. Esos procesos tan básicos desde un punto de vista relacional nos hace visibles no solo para nuestro entorno, sino también para nosotros mismos. Es así como conformamos nuestra autoestima, así como damos forma también a nuestra identidad. Que nos falten esos nutrientes genera serias secuelas, implicaciones que es necesario conocer.Veámoslos.
La indiferencia genera una fuerte tensión mental
Las personas necesitamos “leer” en los demás aquello que significamos para ellos. Necesitamos certezas y no dudas. Ansiamos refuerzos, gestos de aprecio, miradas que acogen, sonrisas que comparten complicidades y emociones positivas… Todo ello da forma a esa comunicación no verbal donde quedan incrustadas esas emociones que nos gusta percibir en los nuestros a diario. El no verlas, el percibir solo una actitud fría, provoca ansiedad, estrés y tensión mental.
Confusión
La indiferencia genera a su vez otro tipo de dinámica desgastante, a saber, se rompe un mecanismo básico en la conciencia humana: el mecanismo de acción y reacción. Cada vez que actuamos de una cierta manera, esperamos que la otra persona reaccione en consecuencia.
Si bien a veces esta reacción no es la que esperábamos, resulta muy difícil de comprender la ausencia total de ella. La comunicación se vuelve imposible y el intento por interactuar se hace forzado y desgasta. Todo ello nos confunde y nos sume en un estado de preocupación y sufrimiento.
Da origen a una autoestima baja
Al no obtener ningún tipo de respuesta, de refuerzo por parte de las otras personas, se corta cualquier retroalimentación que podamos tener. En las etapas de formación de la personalidad, esto puede repercutir gravemente en la autoimagen. Es probable que aquella persona que ha recibido indiferencia en estas etapas, llegue a creer que no vale la pena interactuar con ella, dando lugar a una fuerte inseguridad.
¿Cómo reaccionar frente a alguien que me trata con indiferencia?
Las personas, como seres sociales que somos y dotados a su vez de unas necesidades emocionales, aspiramos a establecer una relación de constante interacción con nuestros seres queridos: familia, amigos, pareja… Si en un momento dado empezamos a percibir silencios, vacíos, frialdad y despreocupación, nuestro cerebro (y en concreto nuestra amígdala) entrará en pánico. Nos avisará de una amenaza, de un miedo profundo y evidente: el de percibir que ya no somos amados, apreciados.
Lo más razonable en estas situaciones es entender qué sucede. Esa desconexión emocional siempre tiene un origen y como tal debe ser aclarado para que poder actuar en consecuencia. Si hay un problema lo afrontaremos, si hay un malentendido lo solucionaremos, si hay desamor lo asumiremos e intentaremos avanzar. Porque si hay algo que queda claro es que nadie merece vivir en la indiferencia, ninguna persona debe sentirse invisible en ningún escenario social, ya sea en su propio hogar, en su trabajo, etc.
Asimismo, hay un aspecto que es necesario considerar. La indiferencia largamente proyectada sobre alguien en concreto o sobre un colectivo es una forma de maltrato. Aún más, en un estudio llevado a cabo en la Universidad de California se demostró que este tipo de dinámica basada en la exclusión y en la despreocupación, genera dolor y angustia. Es un sufrimiento que trasciende nuestras emociones para llegar también a nuestro cuerpo.
“Que hablen de uno es espantoso. Pero hay algo peor: que no hablen”.
-Oscar Wilde-
El último recurso: alejarse
Si luchar por esa relación, si invertir más tiempo y esfuerzo en esa o esas personas nos trae el mismo resultado, lo más sano será alejarnos. Si percibes que esas consecuencias perjudiciales (agotamiento, baja autoestima…) ya se están “instalando” en ti, es urgente que renuncies a tener una relación cercana con esas personas y busques proximidad con otros, para quienes sí seas importante.
Intégrate en grupos donde seas escuchado y se valore tu forma de ser. Romper con una relación de indiferencia te dará una nueva perspectiva del mundo y potenciará tu desarrollo.
RECUPERADO DE: https://lamenteesmaravillosa.com/el-castigo-de-la-indiferencia/
13 preguntas para hacer a un adolescente. Por: ELENA SANZ
Mantener una conversación fluida con tu hijo adolescente dependerá de los temas variados e interesantes que propongas. Te ofrecemos una lista de planteamientos con los que captarás su atención.
La pubertad conlleva a cambios que trascienden lo físico. Esta etapa va acompañada de prejuicios y aseveraciones que rayan en lo complicadode tratar con jóvenes. Pero siempre hay maneras de propiciar acercamientos. Por ejemplo, planteando preguntas a un adolescente que le hagan sentir comprendido y no invadido.
El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) conceptualiza la adolescencia como una fase necesaria para hacerse adulto, con múltiples posibilidades de aprendizaje. La Organización Mundial de la Salud (OMS), por su parte, establece el periodo desde los 10 hasta los 19 años.
En este tiempo, el desafío de los adultos es sentar las bases de una relación sana con los chicos. En especial en una época dominada por las redes sociales.
Importancia de comunicarse con los hijos
Padres e hijos se llevan mejor cuando la comunicación es efectiva. De lo contrario, existe la posibilidad de comportamientos que perjudiquen la convivencia y limiten el libre desenvolvimiento, como menciona la Revista de Divulgación Científica.
Por su parte, el repositorio institucional de la Universidad Nacional Abierta y a Distancia destaca que algunos núcleos familiares evidencian conflictos por la ausencia de diálogo, la presencia de inconformismo y la imposibilidad de llegar a soluciones. En esa tónica, se sugiere que los papás fomenten una atmósfera de confianza, pues si lo que se busca es el entendimiento y la buena convivencia, es fundamental interesarse en lo que a diario vive la juventud.
Toma nota 5 consejos para poner límites a un hijo adolescente
Preguntas a un adolescente para fortalecer la confianza entre padres e hijos
La socialización familiar tiene un impacto positivo en los hijos cuando los escuchas, le das importancia a lo que cuentan, validas sus opiniones sin juzgar y les muestras cómo expresar sus sentimientos. Parece difícil; más cuando algunos jóvenes se escudan en respuestas escuetas.
Entonces, ¿cuál es el camino para entender y afianzar la comunicación? Si preguntas a un adolescente las siguientes inquietudes romperás el hielo y abrirás paso a conversaciones fluidas.
1. ¿Qué fue lo más chistoso que te ocurrió hoy?
En definitiva, las situaciones graciosas representan una oportunidad para comenzar una charla interesante. Seguro tu hijo tiene una anécdota con la que compartirán risas.
2. ¿Cuál es el grupo musical que te gusta?
No se trata de entrometerse en sus gustos, sino de saber sus preferencias. Además, a los jóvenes les fascina hablar de su música favorita. Escuchen juntos algunas canciones y verás cómo fluyen otros temas.
3. ¿Quién es tu mejor amigo?
Quizás conoces a sus amistades, pero ignoras quién es la más cercana. Pídele a tu hijo conocer a su mejor amigo y deja que decida en qué momento llevarlo a casa.
4. ¿Qué envidias de las familias de tus amigos?
Todas las familias son diferentes y su rol es clave en la conducta juvenil. Es normal que tu hijo compare aspectos y simpatice con lo ajeno a su círculo.
La Revista Electrónica de Portales Médicos acota que el núcleo familiar tiene que adaptarse para solventar y apoyar las etapas de la adolescencia, ya que más adelante se reflejará en la autoestima del chico, su independencia, la integración en la sociedad y la autonomía de los padres. No se queden en la envidia; trabajen y comprendan ese sentimiento.
5. ¿Qué regla fijarías para toda la casa?
Entre las preguntas a un adolescente que más le atraerán, resalta qué norma establecería en el hogar. Esto se debe a que, por su condición, están acostumbrados a cohabitar en ambientes donde las reglas las ponen otros.
Fijar una pauta le hará sentir incluido y respetado. Además, le permite manejar su inteligencia emocional, para precisar lo que no le gusta.
6. ¿Qué te causa miedo?
Quedarse sin amigos, no ser aceptados y fallar en un examen son apenas una muestra de lo que teme un joven. Los papás deben descubrir esos miedos y ayudar a superarlos.
7. ¿Qué superpoder te gustaría desarrollar?
Todas las respuestas son acertadas. No hay edad para que la imaginación aterrice. En especial, durante la juventud se piensa en poderes que facilitarían tareas o cumplirían fantasías.
8. ¿Cómo vas en el amor?
La discreción sobre la vida amorosa es característica en la adolescencia. Tal vez por pena, o simplemente reserva, se prefiera no tocar el asunto. Pero no está de más que intentes conocer si existe interés sentimental por alguien.
9. ¿Hay algo que te avergüence de tus padres?
Ciertos comportamientos parentales suelen apenar a los hijos. Sin que suene a reclamo, pregúntale cuáles actitudes tuyas le molestan.
Es probable que te pareciera un hecho gracioso, pero a él no. Utiliza la oportunidad para que aborden juntos el sentido del ridículo.
10. ¿Qué es lo que más te gusta de nuestra familia?
Por más común que parezca tu familia, con certeza existe algo que la hace especial. Descúbrelo desde los ojos de tu hijo.
Sigue leyendo Cómo saber si tu hijo adolescente te está mintiendo
11. ¿En tu escuela existen problemas de acoso?
Es un error creer que el bullying ocurre solo en las escuelas. A veces los acosadores rodean a la víctima en su círculo más próximo. Indagar en cuanto a la institución educativa puede abrir las puertas a descifrar si el hostigamiento tiene lugar en el entorno familiar.
Abordar la situación es crucial, debido a que hoy en día las consecuencias derivan en depresión y ansiedad, como refiere el portal Stopbullying.
12. ¿Cuál es tu principal fortaleza y tu mayor debilidad?
A cualquier edad hay cosas que se dan bien y otras no tanto. Si el joven sabe a qué sacarle provecho le irá mejor. Trabajen en lo que presente problemas para que sea óptimo en el futuro. Enséñale a aplicar la matriz FODA.
13. ¿En qué lugar del mundo quisieras vivir?
Con esta interrogante abordas los sueños. Consúltale al joven sobre los lugares que le agradaría visitar o quedarse a vivir. ¿Qué chico o chica no quisiera conocer Tokio, Australia o la Patagonia?
Errores que cometes al hacer preguntas a un adolescente
Una equivocación de peso en la comunicación entre padres e hijos es creer que el joven se abrirá desde el principio. Se trata de un proceso que requiere paciencia y retroalimentación. Es decir, él también espera que le cuentes tus experiencias.
No caigas en las generalizaciones, descalificaciones y críticas, porque te alejarás del objetivo. Escucha y demuestra interés. Ahí está la esencia para entender al joven y fortalecer la confianza.
RECUPERADO DE: https://mejorconsalud.as.com/preguntas-hacer-adolescente/
El desastre psicológico de la guerra. Por: LORETO MARTÍN MOYA
El desastre psicológico de la guerra incluye síntomas depresivos, agresivos, ansiógenos, TEPT, pérdida de la identidad y conductas regresivas en la población más afectada por los conflictos bélicos: los civiles, y en concreto, los niños, los adolescentes y las mujeres.
Un conflicto armado o bélico es, en toda su expresión, el reflejo de un fracaso estrepitoso por aquellos que lo causan. La guerra, a veces con un objetivo incierto, usualmente con uno demasiado absurdo para justificar sus costes, tiene un impacto no solo en los planos económico y social. Además de las pérdidas humanas, las personas que consiguen sobrevivir se enfrentan a consecuencias devastadoras.
No solo pierden a sus familias, sus hogares, sus vecinos, los lugares que solían frecuentar, su identidad y su estilo de vida. Muchos pierden también parte de su salud mental. Por ello, hablaremos del desastre psicológico de la guerra, y no de aquellos que luchan en ella, pero de aquellos que resisten, como civiles, en zonas donde se desarrolla un conflicto armado.
Aunque la guerra pueda parecer un fenómeno lejano para el mundo occidental, esta sigue inequívocamente presente en la vida de mucha gente. Según el Comité Español de ACNUR —Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados—, desde el inicio del siglo XXI las guerras en continentes como África y zonas como Oriente Medio se han multiplicado.
Resaltan seis guerras que han llevado consigo un enorme número de bajas y de personas desplazadas: la guerra en Yemen, Irak, Siria, Sudán del Sur, Somalia y Afganistán. Algunas de ellas siguen teniendo lugar, y los datos son preocupantes. Desde ACNUR, poniendo un ejemplo ilustrativo, aseguran que el 80 % de los yemeníes necesita de ayuda humanitaria para sobrevivir.
Los civiles: las víctimas de las guerras armadas
Es relevante el desastre psicológico de la guerra en civiles porque son estos los que, sin tener nada que ver con ese conflicto, sufren las peores consecuencias.
Según Yamila, Espíndola, Cardoso y González (2007), en los conflictos bélicos acaecidos en los últimos diez años aproximadamente el 80 % de las víctimas fueron civiles.
La mayor parte de familias pierden uno, dos, tres miembros. Algunas incluso son asesinadas en su totalidad. ¿Y aquellos que sobreviven? ¿Cómo gestionan el dolor y el trauma? ¿Cómo conservan su salud mental?
Según Martín-Baró (1984), el prototipo de civiles más afectados por las guerras lo constituyen aquellos grupos de desplazados y refugiados. Estos suelen ser mujeres —en muchos países es impensable que ellas también luchen—niños, adolescentes y mayores. Por ello, nos centraremos en el desastre psicológico que acaece a estos grupos poblacionales.
Los niños en situación de guerra
López, Perea, Loredo, Trejo y Jordán (2007) encuentran que, del total de civiles asesinados en las guerras aproximadamente el 80% está constituido por mujeres y niños. Según estos autores, en situaciones de guerra la mortalidad en menores de un año aumenta hasta en un 13 %. Estos efectos se mantienen también después del conflicto.
Por otro lado, indican que en, los niños, la guerra tiene un impacto en su salud, su educación, su bienestar social y su proyecto de vida. Entre los daños físicos, destacan la naturaleza de estos.
Los niños tienen lesiones derivadas de armas de fuego, quemaduras, afecciones auditivas y visuales, mutilaciones y maltrato físico. En el área psicológica, los investigadores hablan de consecuencias “impredeciblemente duraderas e irreparables”. Algunas de ellas son:
- Desarrollo de conductas regresivas —vuelta a etapas del desarrollo ya dominadas, por ejemplo, el niño vuelve a no controlar sus esfínteres—.
- Ansiedad por separación.
- Ansiedad generalizada.
- Trastornos del sueño.
- Imposibilidad de desarrollo del trabajo académico posterior.
- Agresividad.
- Labilidad emocional.
- Sentimientos de intensa humillación, culpa, vergüenza e impotencia.
Los niños soldados: cuando la violencia está justificada
Parece necesario un breve comentario acerca del impacto psicológico de la guerra en los niños soldado. Blom y Pereda (2009) hablan de síntomatología internalizante, como síntomas de ansiedad, trastornos depresivos, sentimientos de pérdida y desarraigo, de culpa, de vergüenza.
Estos niños también presentan sintomatología postraumática, con todo lo que ello conlleva: embotamiento emocional, síntomas intrusivos… En un estudio llevado a cabo por Derluyn, Broekaert et al (2004), se observaron síntomas postraumáticos en el 97 % de 71 niños exsoldados de Uganda.
Además, con la violación de sus derechos más básicos viene la inclusión en una realidad llena de violencia y agresividad, muchas veces perpetrada por los mismos niños soldados. Ello los lleva a habituarse y desensibilizarse a niveles elevados de violencia a mantener una alta carga de violencia en su manera de expresarse más allá de los límites de la guerra.
Por último, no hay que olvidar que muchos de estos niños soldados pueden presentar una adicción a sustancias tóxicas, administradas por los adultos del grupo. También son estos los que perpetran y hacen perpetrar los abusos sexuales a las niñas soldado, violadas por superiores y compañeros.
Los retos de la adolescencia, pero en guerra
El desastre psicológico de la guerra se hace también explícito en los adolescentes. Parece necesaria su diferenciación respecto a los niños porque su papel exige sacrificios distintos.
Tal y como investigó Mels (2012), de la Universidad de Uruguay, los adolescentes están en una situación de riesgo mayor que los niños pequeños para desarrollar problemas psicológicos.
Esto se debe a que su participación en la guerra suele ser mayor, sobre todo fuera del hogar. Además, cuentan con más habilidades cognitivas para entender la magnitud de los eventos acaecidos en la guerra y sus consecuencias.
Esta autora encontró que, en el caso de los adolescentes, parecía que el impacto psicológico provenía, más que de los eventos violentos vividos, de los estresores diarios. Estos estresores diarios se referían a los cambios y vivencias cotidianas experimentados durante la época de guerra y posterior: hambruna, falta de socialización, miedo constante ante un ataque…
En un estudio llevado a cabo por Hewitt, Gantiva, Vera, Cuervo y Hernández (2013), se observó cómo el 83 % de los adolescentes expuestos al conflicto armado en zonas rurales de Colombia presentaba conductas internalizadas de depresión y ansiedad.
También aparece una necesidad posterior de no asumir normas en un 58 %. Además, el 55 % de los adolescentes del estudio se encontraba en riesgo de sufrir un TEPT.
La violencia sexual: las mujeres, siempre víctimas
Parece que todos los conflictos bélicos incluyen la violencia sexual contra las mujeres como elemento indispensable. Yamilia et al. (2007) hablan de la violencia sexual como un arma de guerra instaurada de manera sistemática en la guerra de Bosnia; después en la de Ruanda.
En ellas, las mujeres y las niñas son sometidas, violadas, secuestradas y abocadas a la esclavitud sexual. Se incluyen vejaciones, humillaciones y daños irreparables, físicos y psicológicos.
El desastre psicológico de la guerra en mujeres incluye:
- Vergüenza, culpa, dificultades para el funcionamiento de la vida diaria y retraimiento.
- Miedo constante, flashbacks, ansiedad y recuerdos perturbadores —síntomas postraumáticos—.
- Miedo a ser asesinadas o mutiladas.
- Sensación de enfermedad constante.
- Pérdida de apetito.
- Dolor en el acto sexual y pérdida de deseo.
- Pérdida del sentido de la vida, sentimientos de odio.
Los autores hablan de mujeres que sienten desesperación, desprecio, ira y transformaciones persistentes de la personalidad tras las experiencias de violación. Muchas de estas mujeres son frecuentemente rechazadas después de las violaciones sistemáticas. Por la sociedad, por sus parejas sentimentales. Ello las aboca al aislamiento, la vergüenza y, posteriormente, la pobreza.
Parece frívolo hablar de las consecuencias psicológicas de la guerra en los civiles, cuando el objetivo primordial en toda guerra es sobrevivir. Son muchos los niños, adolescentes y mujeres que, con altos niveles de resiliencia, habilidades de afrontamiento y redes de apoyo que consiguen superar el trauma de la guerra.
Pero, ¿qué pasa con aquellos que no cuentan con esas herramientas? Son afortunados de vivir, mientras que otros no lo han conseguido. Sin embargo, ¿están abocados a una vida de sufrimiento, de dolor, de miedo? Las guerras no acaban cuando la última bala es disparada, mientras que el bienestar psicológico de sus protagonistas sí es relevante.
RECUPERADO DE: https://lamenteesmaravillosa.com/el-desastre-psicologico-de-la-guerra/