Cómo mejorar la salud mental tras la pandemia del coronavirus. Escrito por: IGNACIO MORGADO BERNAL
No podemos cambiar la realidad, pero sí nuestro modo de verla(Marco Aurelio el sabio, emperador romano de la dinastía hispana de los Antoninos)
John Martyn Harlow, doctor de la compañía de ferrocarril Rutland and Burlington, de Nueva Inglaterra (EE UU), poco pudo hacer para remediar la situación de Phineas Gage, capataz de esa misma compañía, cuando el 13 de septiembre de 1848 una chispa deflagró la pólvora de un agujero en el que Phineas apisonaba con una barra de hierro mientras, casualmente, miraba por encima de su hombro. La explosión hizo que la barra apisonadora, de seis kilos y más de un metro de longitud, atravesara como una lanza la cara de Gage por el lado izquierdo de su cabeza. Manchada de sangre y con algunos trozos de cerebro, la barra fue hallada a cierta distancia del lugar del suceso. Llevado en carro a su hotel, incluso pudo subir la escalera con ayuda de sus hombres. Su mente, sorprendentemente, parecía normal y él decía querer volver pronto al trabajo. Pero no era cierto, pues la barra había perforado la base de su cerebro en las regiones conocidas como corteza ventromedial y orbitofrontal, las que contienen las neuronas que hacen que los razonamientos puedan influir en las emociones y estas en los razonamientos. Cuando esa comunicación se rompió fue la emoción, y no la razón, la que dominó para siempre la vida de Phineas Gage.
La revista Nature Neuroscience, primera del mundo en su especialidad, en el editorial de un número especial dedicado a las emociones (septiembre de 2007), hizo la que podemos considerar mejor lectura de la capacidad que Gage perdió tras su accidente: la calidad de vida de un individuo depende de su capacidad para sentir sus emociones de forma adecuada y para regularlas en respuesta a las circunstancias estresantes de la vida.
La historia viene a cuento porque la pandemia vírica que padecemos ha deteriorado no solo la salud somática, sino también la mental de los ciudadanos y ahora son muchos quienes acertadamente reclaman, además de vacunas, una atención especial para esa deteriorada salud. La principal dificultad para conseguirlo estriba en que no es fácil recomponer el ánimo y la vida cotidiana cuando se han perdido seres queridos, se ha enfermado, se ha perdido el trabajo, han disminuido o se han deteriorado las relaciones sociales y se han añorado abrazos de familiares y amigos. El dolor y el miedo han sido y son una constante en la vida de mucha gente. Según estadísticas recientes, en nuestro país solo disponemos de unos seis psicólogos por cada 100.000 habitantes (9.000 son psicólogos clínicos, un 30 % de ellos en la sanidad pública) para incrementar esa necesaria atención, pero su trabajo, si está bien orientado, puede ser muy importante para conseguir recomponernos en el tiempo que vivimos. ¿Cómo orientarlo?
Gage perdió la capacidad de influir en sus sentimientos utilizando la razón, el arma más poderosa de la que disponemos para mejorar nuestra salud mental, pero todos podemos utilizar esa capacidad si estamos bien instruidos para hacerlo y esa instrucción es una de las armas fundamentales que pueden utilizar los psicólogos para ayudar a la gente que lo está pasando mal. Cuando razonando somos capaces de ver las cosas de otra manera, podemos sentirnos mejor. Y no se trata de engañarnos a nosotros mismos porque nadie está privado del derecho de elegir para sí mismo la interpretación de la realidad que mejor se ajuste a su bienestar. La psicología de hoy está muy bien fundamentada en la neurociencia, pero sus reglas de oro son ancestrales. El emperador romano Marco Aurelio no sabía nada sobre el cerebro, pero acertó al considerar que lo que verdaderamente nos hace sufrir no son las cosas que pasan, sino nuestro modo de verlas y eso, admitió, es algo que podemos cambiar en cualquier momento. La vida de una persona, dijo, es lo que sus pensamientos hacen de ella. Fue, de ese modo, el verdadero padre de lo que hoy llamamos inteligencia emocional, la capacidad de utilizar la razón para gestionar convenientemente nuestras emociones.
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